jueves, 17 de octubre de 2013

Minas De Coltan- Historia de un número más

Mi nombre... no tengo. Sólo sé que soy un número más. Nací en Somalía, pero cuando sólo tenía cuatro años, si no he contado mal, ya que no recibí una buena educación, unos piratas me atraparon, tras matar a mis padres y a tres de los cinco hermanos que he tenido, de los que yo ocupaba el cuarto lugar, orden de nacimiento. A mi hermano, el que sobrevivió, lo mandaron a una cárcel, que los piratas llamaban "Campo de entrenamiento", y lo transformaron en soldado cuando él sólo tenía 7 años. A mí, por el contrario, me mandaron a una mina de Gotan, Cotan, o algo parecido. Me obligaron a aprender español y mataron a varios de mis amigos, que también fueron capturados, sólo por no tener la fuerza como para acabar con las duras rocas a las que día y noche nos teníamos que enfrentar. Por suerte, nací como un varón fuerte y con determinación, de modo que no tuve que sufrir ese destino, al menos no demasiado.
Una vez intenté huir, al ver que me había cortado un tajo en la pierna, que a simple vista no parecía nada porque de hecho no lo era, pero que tarde o temprano se infectaría por el polvo de la mina, y que, siguiendo la lógica de casos anteriores, significaría mi muerte, ya fuera por mi inutilidad a la hora de trabajar o por mis pocas defensas contra enfermedades. No puedo decir, no obstante, que llegara muy lejos en mi intento de escapar, ya que rápidamente saltó la alarma, tan temida por mis compañeros de trabajo, y vi, casi a cámara lenta, pero muy rápido a la vez, cómo una bala zumbaba en el aire y desparramaba parte de mi sangre sobre la seca arena del desierto, que rápidamente la absorbió. Inconscientemente, me desplomé y me quedé allí, sin fuerzas casi ni para respirar, más muerto que vivo. Dándome por acabado se alejaron. No sé cuántas veces vi pasar mi vida ante mis ojos, parecía que el destino quería que mi agonía durase lo máximo posible. "No", fue lo máximo que pude pensar. Mis párpados se abrieron y pasándome las manos, congeladas al ser de noche, por mi desfigurado rostro, noté que estaban húmedas. "¡Agua!", no pude pensar, pese a saber que eran lágrimas. Sin desperdiciar ni una gota la bebí. El pensamiento de saber que era libre me dio fuerzas, que no se agotaron hasta que sentí un inmenso dolor en la pierna, lugar en el que, presentí, me habían disparado. Al mirar, pensé que sería un buen título "Rojo y gris", pues sólo se veía sangre y polvo, aunque predominaba la primera. Retuve mucho mi intento de no vomitar y me giré para ver mi situación. Lejos, muy lejos, vi un fuego. Aunque era arriesgado, pues posiblemente fuera de donde venía y si me veían estaba acabado, decidí acercarme, sería más peligroso quedarme aquí. Lentamente, arrastrando mi pierna y siguiendo mi instinto, llegué al lugar misterioso, ya que el fuego se apagó poco antes del alba.
Lamentablemente, era un cuartel del ejército que me había secuestrado cuando era más pequeño. Con la esperanza de que me hubieran olvidado, me acerqué. Rebusqué en mis recuerdos buscando las palabras adecuadas, y cuando al fin las tuve dije: "Ayuda, pierna". Se rieron un poco de mi español, pero uno de ellos se acercó a mí y respondió en mi idioma natal y amablemente: "Tranquilo, te curaremos". Fulminé en mi mente a los otros y agradecí a mi salvador con un simple "Gracias", pero que para mí significaba más que mi vida.
Ahora ya estoy mejor, me han cortado la pierna pero soy libre, he aprendido que nunca serán justas muchas cosas en el mundo, pero que se puede ayudar. Descubrí que el coltan sirve para crear móviles, así que he llegado a la conclusión de que jamás tendré uno y que, de los miles de niños que han vivido mi historia, son muy pocos los que no sonríen por su libertad en vez de lamentarse de su encierro. Yo también sonreiré.

No hay comentarios:

Publicar un comentario